Según todos los pronósticos, el 2016 comenzó con la resaca de un 2015 que se despidió con mucho ruido y grandes crisis en todo el mundo. Las inundaciones, las olas de calor y las fuertes tormentas azotaron a casi todo el planeta, poniendo en jaque a numerosas poblaciones, algunas de ellas asombradas ante el inesperado cambio de temperatura y la presencia de fenómenos nunca vistos.

Sitios tan dispares como Canadá, que en los últimos meses del año pasado sufrieron altas temperaturas con relación a las habituales, que alteraron el acostumbrado paso de una estación a otra, así como zonas del mundo como México, que se vieron sorprendidas por nevadas copiosas nada habituales para la época. Huracanes, tornados y otros fenómenos azotaron y siguen azotando extensas zonas de los Estados Unidos y Europa, hay evacuados por las inundaciones en Gran Bretaña y feroces tormentas en otras zonas.

Australia sufre una ola de calor sin precedentes; hay incendios forestales y tormentas en lugares en los que nunca ocurrían estos fenómenos, como la Patagonia argentina, donde hace días fuertes tormentas hicieron caer árboles centenarios y causaron desastres y hasta se cobraron vidas humanas.

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Lluvias copiosas castigan esta parte del mapa, así como tormentas eléctricas de gran peligrosidad y granizo en abundancia, caen en lugares y tiempos absolutamente inesperados.

Hablamos hoy de la fuerza inusitada del fenómeno El Niño, que parece haber crecido sin que nos diéramos cuenta de su peligrosidad o, como tantas veces hemos hecho, simplemente preferimos ignorar. Sin embargo, ahora sabemos que no son solo fenómenos aislados que pueden desaparecer mágicamente, sino que se trata de algo más grande y de alcance mayor, a lo que debemos atender y comprender en su magnitud, encarando planes preventivos que, aunque no eviten el ciento por ciento de los daños, ayuden a atravesar las crisis más protegidos.

Poner en marcha proyectos que realmente estén concebidos con una visión creativa –especialmente ajustados a nuestra realidad y diseñados con honestidad técnica y voluntad para que sean útiles en el tiempo– es urgente, así como involucrar a las mejores mentes y los mejores técnicos y especialistas en la materia para lograr los mejores resultados, como lo han hecho antes otros países que han logrado el éxito y la seguridad para sus habitantes.

La ciudadanía toda –sin importar el grado de capacidad económica ni la posición social– debe entender que cada uno es importante para lograr soluciones a mediano y largo plazos; que medidas tan simples como la limpieza de patios y casas para combatir los criaderos de larvas de mosquitos son importantísimas para evitar más problemas de salud que pueden ser graves, como una epidemia de dengue u otras enfermedades causadas por ello.

Actuar es la palabra clave, tanto para las instituciones oficiales como para las organizaciones civiles así también para los ciudadanos "de a pie". Organizarse con los vecinos; trabajar para que el barrio o la comunidad sea cada vez más saludable, más allá de los problemas que debemos enfrentar, es una manera positiva de atravesar los tiempos difíciles, con mayor esperanza y protección.

La solidaridad –la responsabilidad que todos tenemos para la convivencia y que muchas veces nos cuesta ejercer por desidia– debería imponerse por sobre el egoísmo o la falta de compromiso con la comunidad. Poco a poco, con acciones sencillas como la mencionada, además de evitar arrojar desechos y basuras a raudales, cauces de arroyos y baldíos, aportarán mucho a la mejor y más rápida recuperación de nuestros pueblos y ciudades, luego de la crisis por la que estamos atravesando.

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