La grave situación a causa de las inundaciones que afectan nuestro país –y a algunos de los vecinos como Uruguay, Brasil y Argentina– nos ha puesto en las portadas de los medios de comunicación de todo el mundo. Los estragos causados por el fenómeno El Niño, cuya manifestación es este año más dura y brutal que en otras ocasiones, son motivo de análisis en diversos espacios de discusión sobre preservación del medio ambiente.

Cada amanecer, los paraguayos que habitan zonas ribereñas o ciudades que son víctimas de las crecidas miran al cielo en busca del consuelo del anuncio de una jornada de sol que ayude a soportar el rigor de tener que dejar todas las pertenencias y subir a zonas donde no llegue el agua con su fuerza incontenible.

Pilar y toda su zona de influencia demuestran una vez más que el espíritu de lucha está marcado a fuego para reaccionar como comunidad unida ante la crisis y que la pelea contra las aguas es a brazo partido. Igualmente, la gente de Alberdi ha quedado cercada por las aguas convirtiéndose en una minúscula isla en medio de un enorme lago.

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Los bañadenses han ido a los refugios temporarios y los mismos ya están a punto de colapsar porque la necesidad de un pedazo de tierra seca donde levantar la casita precaria es, para muchos, un sueño que con cada lluvia se convierte en pesadilla.

En medio de todo lo que significa la tragedia y mientras se buscan soluciones definitivas y efectivas que den respuestas a las miles de familias afectadas, por parte de las instituciones del Estado que por muchos años han elegido la postergación de las urgencias y el poco interés en trabajar seriamente, la solidaridad de los paraguayos vuelve a ser la manera de expresar el interés genuino en ayudar a los menos favorecidos, más allá de cualquier connotación o interés sectario.

Clubes importantes llaman a los aficionados a aportar ayuda; grupos organizados de la sociedad civil anuncian colectas y dan amplias posibilidades de horario para que la gente, independientemente de sus ocupaciones y compromisos, pueda enviar su ayuda a quienes más lo necesitan.

Héroes solidarios que no tienen nombre ni apellido ayudan a construir puentes; dedican tiempo y esfuerzo a recolectar, clasificar y disponer de las ayudas para que puedan llegar en tiempo y forma a las manos adecuadas; dejan de lado horas de sueño y comodidades para acudir prestos a ayudar a las zonas inundadas, atendiendo la salud de los más vulnerables, entregando su esfuerzo como verdadera ofrenda a los hermanos que la necesitan.

Por gastado que parezca el argumento, la solidaridad es realmente vital en casos como el que ahora afecta a gran parte de la población de las zonas afectadas. Implica, además de la tarea propia de entregar los alimentos no perecederos o las prendas y calzados que abrigarán a los ateridos cuerpos de los que sufren, un acto de suprema humanidad.

Eso que nos hace más cercanos al prójimo, que va más allá de los kilos que tiene la entrega o el volumen del paquete, o la dimensión del gasto económico, es lo que nos conecta con la idea de projimidad, de empatía.

La solidaridad es la mejor manera de superar las diferencias, las críticas u opiniones encontradas sobre lo que hay que hacer o no, para evitar las catástrofes. Todo queda de lado y pierde importancia ante la mano tendida hacia el otro, aunque no estemos de acuerdo o ni sepamos qué piensa.

Y en momentos como este, cobra una dimensión que trasciende lo cotidiano, para convertirse en un modo de expresar a los demás que estamos a su lado, que los sentimos próximos y dignos.

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