La homilía central de Caacupé –pronunciada ante más de un millón de personas reunidas en la Basílica y con alcance nacional a través de la transmisión de los medios de comunicación– constituye el mensaje más importante del año de la Iglesia Católica paraguaya, por lejos la más numerosa del país.

No es un sermón como cualquier otro, sino que refleja la reflexión, las posiciones y la lectura de la realidad de los máximos líderes religiosos. Tiene como destinatario a toda la población, pero muy especialmente a quienes ocupan posiciones de liderazgo.

En esa perspectiva es que deben interpretarse las palabras de monseñor Claudio Giménez, quien ayer ofició la misa principal en el santuario de la Virgen de Caacupé con la asistencia de autoridades nacionales. No cabe duda de que la fecha es propicia para reflexionar acerca del rumbo que está siguiendo nuestra sociedad, de las dificultades que atraviesa y las amenazas y posibilidades que aparecen en el horizonte.

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Buena parte del discurso del obispo Giménez giró en torno de la violencia, en sus diferentes formas. Desde la violencia inmisericorde –como la que causó la muerte de decenas de inocentes hace poco en París o la que grupos alzados en armas protagonizan en los departamentos del norte de nuestro país– hasta la violencia más sutil, ejercida, por ejemplo, por politiqueros que dejan sin recursos ni asistencia a los más necesitados, mientras privilegian sus propios intereses y perpetúan una estructura que solo beneficia a pequeños grupos y cúpulas.

Hizo también mención a la violencia que sufren las mujeres al interior de las familias, con frecuencia a manos de sus propios compañeros. Vencer todo tipo de violencia es un objetivo del conjunto de la sociedad paraguaya. Se trata de una tarea en la que no deben hacerse distinciones de colores o de carpas partidarias. Si la violencia no es frenada en sus inicios o en el germen, se desborda de manera incontrolable hasta el punto de que nadie puede considerarse a salvo.

La clase política, la dirigencia de nuestra sociedad, debe hacer esfuerzos para que las contradicciones no lleguen a un punto tal que nos impidan avanzar como nación. Es crucial que los actos de grandeza y de tolerancia se multipliquen para que los paraguayos nos enfoquemos en lo que realmente es importante: el crecimiento económico como camino para alcanzar la sociedad libre y justa, sin pobreza ni atraso.

Ese anhelo es compartido por todos los paraguayos y debería ser la guía que oriente nuestra convivencia. No se trata aquí de plantear con ingenuidad que los conflictos políticos desaparecerán por intervención de alguna fuerza exterior o por iluminación repentina; se trata de insistir todas las veces que sea necesario en cuáles son las verdaderas prioridades nacionales y ponerlas siempre en perspectiva. Desterrar la violencia de nuestra comunidad y construir una convivencia pacífica y tolerante, son precisamente prioridades para nuestro país.

A las puertas de un nuevo año, Caacupé llama a todos los paraguayos a comprometerse con un país más libre y justo, pero invita sobre todo a quienes ocupan cargos directivos –en todas las esferas de la sociedad, desde los gobiernos municipales y la administración central, hasta las empresas y el sector privado– a empujar a la nación hacia el futuro, mediante la resolución pacífica y dialogada de los desacuerdos y de los conflictos.

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