Fueron confirmados los primeros seis casos de virus de Zika en nuestro país. La enfermedad fue detectada en Pedro Juan Caballero, en la frontera con el Brasil, país donde se propagó rápidamente procedente del Caribe y causó siete muertes hasta el momento.

La Zika es transmitida por un mosquito vector, el aedes aegypti, al igual que el dengue y la chikungunya. Los síntomas son semejantes a estos dos males y aparecen tras un período de incubación de varios días luego de la picadura. Es conveniente recordar que una persona puede tener las tres enfermedades al mismo tiempo, algo que desde luego agravaría la condición del afectado.

Si bien hasta el momento solo se tiene certeza de casos en la frontera, solo es cuestión de tiempo para que el nuevo virus comience a circular en forma masiva por todo nuestro territorio. Las condiciones climáticas de nuestro país –calor y humedad y períodos muy cortos de bajas temperaturas– son además favorables para la proliferación del vector. El dengue, la chikungunya y ahora el virus de Zika pueden tener derivación fatal, pero sobre todo afectan la vida laboral y social de las personas, dejando secuelas por largo tiempo en algunos casos.

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La atención y el tratamiento de los enfermos consumen también considerables recursos financieros y humanos del sistema de salud pública. Por ello, y estando aún lejana una vacuna o una cura efectiva y rápida, lo único que puede hacerse es combatir al mosquito que transmite las enfermedades. Para esto son ineficaces las fumigaciones o medidas semejantes. La eliminación de los criaderos es el único camino que conduce a resultados satisfactorios.

Lo que es preciso comprender en el caso del dengue, la chikungunya y el virus de Zika es que ninguna medida o acción por dura o radical que pueda parecer servirá de nada si no se enmarca en una estrategia asentada en un enfoque comunitario.

El trabajo con las comunidades, con los vecinos y sus organizaciones, tiene que ser el eje en torno al cual se estructure un plan de combate y erradicación de estos males con metas realistas en el corto, mediano y largo plazos. Los resultados positivos que se buscan no se alcanzarán exclusivamente a través de medidas de coerción o sanciones. La situación plantea un desafío no solo en el tratamiento hospitalario de las personas afectadas, sino sobre todo en la gestión de recursos, la articulación entre instituciones y la educación ciudadana.

Es que la lucha contra estas enfermedades no puede ser realizada solo por profesionales médicos o técnicos sanitarios, sino que exige la participación directa y activa de la población. Son los vecinos, los ciudadanos comunes y sus organizaciones los protagonistas de las campañas.

El escenario de esta verdadera guerra no está en los pasillos de sanatorios ni en las salas de hospital, sino en las calles, los barrios y los espacios públicos. Sirven de poco los esfuerzos individuales –es inútil que una persona conserve limpia su casa y jardín si el vecino no hace lo mismo– y las acciones comunitarias y sociales son cruciales.

En el presente y el futuro próximo la lucha contra estas enfermedades debe estar basada en la experiencia ya adquirida en los últimos años y en los éxitos alcanzados por otros países, con un plan elaborado y aplicado en conjunto por las autoridades locales y nacionales y por las organizaciones ciudadanas.

Las nuevas autoridades municipales surgidas de las últimas elecciones deben ponerse a la cabeza de este esfuerzo.

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