Por Enrique Vargas Peña

Las elecciones municipales ocultaron por un momento en nuestro país todo el horror al que asiste el mundo de la mano de la organización religiosa autodenominada Estado Islámico (ISIS), autora de una larga lista de crímenes contra la humanidad a la que se agregaron en las últimas semanas el derribo de un avión ruso de pasajeros y los atentados múltiples en París.

ISIS es una expresión del salafismo, que es la rama del Islam que gobierna Arabia Saudita y algunas otras teocracias del Golfo Pérsico.

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El papa Francisco declaró, respecto a las acciones de Estado Islámico, que matar en nombre de Dios es una blasfemia (http://bit.ly/1OkhK1q), tratando de resaltar la distancia que ahora hay entre el catolicismo, que dejó oficialmente de matar gente en 1826 (http://bit.ly/1MIjK0U), y el islamismo que sigue matando gente en nuestros días.

Demasiados creyentes, sobre todo los "comprometidos" que están en la política, en los servicios de inteligencia y en los medios de comunicación, insisten en presentar lo accesorio sobre Estado Islámico –comercio de petróleo o tráfico de armas o ambiciones geopolíticas– como si fuera lo principal, seguramente en el afán de evitar que se tome conciencia de que, siendo esto un asunto religioso, es muy urgente repetir ahora con los musulmanes las medidas radicales que se tomaron, con éxito evidente, hace dos siglos para obligar a los cristianos a dejar de matar.

Un artículo, publicado en el norteamericano "The Atlantic" (http://bit.ly/1laImIC), reproducido por AP y titulado "What ISIS Really Wants", en efecto, mostraba ya hace algún tiempo los desastrosos efectos la búsqueda de favores electorales de grupos de creyentes de los líderes norteamericanos, sumergidos en una orgía de compromisos político/religiosos: "…el presidente Obama se ha referido de diversas maneras a Estado Islámico con variadas calificaciones, como 'no islámico' o como el 'equipo jayvee' (preparatorio, de entrenamiento) de Al Qaeda, declaraciones que reflejan confusión sobre el grupo, y que pueden haber contribuido a significativos errores estratégicos".

Por ejemplo, "The Atlantic" recordaba que "…el New York Times publicó comentarios confidenciales del general Michael K. Nagata, comandante norteamericano de Operaciones Especiales en Medio Oriente, admitiendo que él no entiende el atractivo que tiene Estado Islámico. 'No hemos derrotado a la idea' dijo, 'ni siquiera entendemos la idea', agregó".

Tales líderes se resisten a ver, dice "The Atlantic" que ISIS "Es un grupo religioso con creencias cuidadosamente consideradas, entre ellas la de que el grupo es un agente clave del inminente 'Apocalipsis'".

Y se resisten, decía "The Atlantic", a pesar de "incontables videos propagandísticos y encíclicas (que) están on line… Es posible aseverar que rechazan la paz por principio… que su visión religiosa los hace incapaces de hacer cambios constitucionales, incluso los que asegurarían su propia supervivencia…".

"The Atlantic" detalla que "Abu Bakr al-Baghdadi ha sido su líder desde mayo del 2010…" y que desde el púlpito de la gran mezquita Al Nuri de Mosul… se auto proclamó el primer califa tras varias generaciones… reafirmando su posición como guía de todos los musulmanes. El aumento del flujo de jihadistas que siguió, desde todas partes del mundo, fue sin precedentes en su velocidad y volumen y continúa".

Por eso es bueno que el papa Francisco haya planteado la cuestión de ese modo tan claro pues tal vez con esta declaración aquellos creyentes que persisten en ocultar que este problema, Estado Islámico, es religioso y principalmente que religioso, lo admitan de una vez.

Nadie debería olvidar que los cristianos dejaron de matar obligados por la fuerza; nadie debería olvidar que las medidas tomadas fueron durísimas para que dejen de matar y, lo que es más importante y urgente, nadie debería olvidar que una parte creciente de los cristianos de hoy, los integrados en la fundamentalista derecha religiosa norteamericana y sus colonias latinoamericanas por ejemplo, está tratando de revertir aquellas medidas saludables para convertirse de vuelta en los inquisidores que siempre habían sido.

Estas medidas se desarrollaron en el ámbito penal y en el ámbito educativo al mismo tiempo y pueden resumirse en la eliminación del Código Penal de cualquier castigo existente para incumplimiento de supuestos deberes religiosos (blasfemia, herejía, por citar los casos más notorios); la penalización de cualquier llamado a la intolerancia o al odio de parte de supuestas autoridades religiosas y el control público absoluto sobre los contenidos de la enseñanza aún en las instituciones religiosas.

Pilar Rahola, española (http://bit.ly/1XgfLNX), escribió un artículo sobre el tema que tituló "La gran hipocresía", publicado el pasado que de noviembre, en el que afirmaba que: "…sirve de poco ir a matar a fanáticos yihadistas, si no hacemos nada contra la serpiente que lleva décadas alimentado los huevos que después eclosionan… la hipocresía empieza ahí, en ese punto concreto, cuando aceptamos como normal que se envían millones de dólares para radicalizar a los jóvenes musulmanes en todo el mundo, cuando se entiende como normal que en nombre del Islam se perviertan todos los derechos fundamentales, se persiga a los cristianos, se esclavice a las mujeres, se condene a los homosexuales (…) El salafismo es una maldad totalitaria, también cuando no mata…".

Es imperativa en nuestro país una ley que ponga bajo vigilancia estatal el dinero que reciben las confesiones religiosas, todas ellas; y que recibir fondos de organizaciones que fomenten la discriminación y el odio sea un delito inexcarcelable; que predicar la discriminación y el odio sea un delito inexcarcelable y que ninguna institución religiosa pueda enseñar sin que todos los contenidos de su enseñanza reciban aprobación y se encuentren bajo vigilancia del Estado.

Porque es en los institutos religiosos de enseñanza, y en sus templos, y en sus catequesis, donde los sacerdotes enseñan a odiar, a discriminar, a no tolerar, a no entender. Con esos contenidos se forman los que ahora recorren el mundo para asesinar a gente inocente en el nombre de Dios, ciertamente.

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