La ciudadanía paraguaya dio el domingo una muestra más de madurez y excelente comportamiento cívico al protagonizar una jornada electoral sin incidentes ni contratiempos.

En efecto, uno de los elementos que nítidamente se destacan de los comicios municipales es la tranquilidad y el orden que reinaron en todo momento, en los 250 distritos del país. Son pocas las naciones que pueden jactarse de llevar a buen puerto, sin violencia, irregularidades, conflictos o presiones, un proceso electoral de considerable complejidad y que alcanza la totalidad del territorio.

Más allá de los porcentajes de participación –un aspecto en el cual las instituciones y la clase política deberían trabajar con mayor ahínco–, los electores paraguayos acudieron a votar en un ambiente de tolerancia y respeto a las diferencias, se cerraron los locales de votación y, tres horas más tarde, los resultados eran difundidos por la autoridad pertinente. En todos los casos, ganadores y perdedores exhibieron una conducta igualmente encomiable, sin que se registren actitudes soberbias de parte de los primeros o rechazos y resistencia de parte de los segundos.

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Es siempre saludable resaltar estos rasgos de nuestra vida política, especialmente porque en Paraguay con frecuencia existe la tendencia a mirarnos a través de un cristal negativo o pesimista. La extraordinaria jornada cívica vivida en el país debe pues ser valorada en su justa dimensión.

Ahora bien, esta ciudadanía ejemplar debe encontrar eco en la labor de las autoridades que resultaron electas. Intendentes y concejales que recibieron la confianza de los electores deben honrar este compromiso poniéndose sin demora a trabajar por la solución de los muchos problemas que soportan nuestras ciudades.

La manifestación de soberanía popular fue pacífica y organizada, pero también firme y enérgica en el sentido de imponer obligaciones y deberes a los políticos que pidieron y consiguieron sus votos. La política debe recuperar su esencia, esto es, su vocación de servicio a los demás, a la comunidad y a la nación. No es un carrera como la que cualquier profesional hace en una empresa privada.

Los cargos electivos no deberían ser vías de ascenso social o de acumulación de riquezas o privilegios, sino puestos desde los cuales demostrar la responsabilidad y el compromiso con la sociedad y su futuro. Si una persona no tiene esta concepción ética de la política no debería postularse a ningún cargo y tendría más bien que dedicarse a actividades en el ámbito privado.

Naturalmente, es correcto que los políticos se acerquen a la población y es legítimo que pidan su respaldo. Pero esta relación debe estar fundada en la búsqueda auténtica del bien común y no en las conveniencias de pequeños grupos de dirigentes o en intereses sectarios. La política paraguaya debe recuperar los grandes valores morales y la profundidad ideológica que alguna vez supo exhibir a través del talento y la entrega de hombres y mujeres que han quedado en la historia grande de nuestra nación.

Es de esperar que los intendentes y concejales que salieron electos el domingo se pongan a la altura de la ciudadanía que los eligió, cumpliendo sus programas y promesas electorales, custodiando el patrimonio público, impulsando una gestión transparente y eficiente y llevando una vida decorosa e intachable. Con ello contribuirán además a mantener saludable y vigorosa nuestra democracia.

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