Hace exactamente 20 años, las rotativas ponían en circulación el primer número del diario La Nación, un medio que llegaba para sumar su voz y su criterio en el debate económico, social y político del Paraguay. Mucha agua ha pasado bajo el puente desde aquel 1995, marcado por los cimbronazos de una crisis financiera que habría de tener efectos duraderos en nuestro país. Hoy, el Paraguay vive un periodo de bonanza económica, con índices de crecimiento que se encuentran entre los más altos del continente y con una estabilidad que es envidia de otras naciones.

Entre una y otra fecha, nuestra nación ha vivido duras experiencias y sobresaltos, al igual que momentos de intensa algarabía y esperanza. Las páginas de La Nación ofrecieron, invariablemente, información objetiva y veraz a una ciudadanía que buscaba claves y referencias para orientarse en una realidad cambiante y dinámica. Sin embargo, la intención en esta página no es hacer un recuento detallado de este periodo. Un aniversario es más bien una ocasión propicia para analizar el papel que le corresponde a los medios de comunicación en el presente de nuestra nación y en su futuro.

Con lamentable frecuencia, la atmósfera política del Paraguay cae en la polarización y en una aguda confrontación de fuerzas, por lo general no en torno a posiciones ideológicas o interpretaciones doctrinarias, sino más bien por parcelas de poder o por cupos en la administración del Estado. La visión se nubla por antagonismos –muchas veces superficiales– que parecen insanables. Temas cruciales para el futuro del Paraguay, relacionados a las estrategias de crecimiento económico o a la defensa de los intereses nacionales, son relegados o distorsionados por polémicas insustanciales. La búsqueda de soluciones concretas a los problemas reales de los ciudadanos –sean estos empresarios, campesinos o empleados– naufraga penosamente en las aguas de discusiones sectarias y estériles.

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Ante estas circunstancias, ¿cuál es el aporte positivo que puede hacer un medio de comunicación? Ante todo, no caer en el conflicto inútil, ni arrogarse las funciones de un partido político, desempeñando el rol de vocero de solo una fracción específica de la sociedad. Este camino solo puede conducir a exacerbar desacuerdos y peleas, con consecuencias nefastas para el conjunto de la sociedad.

El diario La Nación entiende que su contribución debe ser brindar cada día información de calidad, elaborada con rigor y profesionalidad, con la finalidad de entregar a empresarios, ejecutivos, inversores, trabajadores, emprendedores, analistas, autoridades, ciudadanos y ciudadanas en general las coordenadas indispensables para comprender el país y el mundo. Ahora bien, esto no significa que este diario no tenga claramente definidas sus apuestas en el estado actual de la nación.

Existe una tensión –arrastrada desde hace muchos años– entre un Paraguay que quiere mejorar, con trabajo e inversiones, que busca el crecimiento económico y el desarrollo social, que impulsa la educación y la innovación y otro Paraguay, el de la vieja política prebendaria y clientelista, el del soborno y el ultraje a las leyes e instituciones, el de la corrupción, los privilegios y el amiguismo. En esa dura pulseada –crucial para el futuro de nuestra patria–, el diario La Nación está decididamente del lado del Paraguay de la producción, la legalidad y la transparencia.

Una consideración final. Mucha agua en verdad ha pasado bajo el puente en las últimas dos décadas. La labor periodística ha mutado de los cassettes, los rollos de fotografía y el fax, a las redes sociales, internet y una creciente interacción con los lectores. Sin embargo, los fundamentos de lo que el genial Gabriel García Márquez calificó como "el mejor oficio del mundo" siguen siendo los mismos: la pasión por contar lo que sucede y la integridad de hacerlo con rigor y honestidad. Con orgullo, en La Nación podemos asegurar que hemos cumplido este trabajo –y lo seguiremos haciendo– con total lealtad a estos principios.

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